Lenia Ruvalcaba, 36 años,
medallista paralímpica de judo adaptado.
Por Mariana Mora
Ilustrado por Diana Vega| @diana.mandarina
Es la semifinal de judo adaptado en los Juegos Paralímpicos de Río de Janeiro, en 2016. Sobre el tatami, están paradas frente a frente Lenia Ruvalcaba, representando a México. y Naomi Soazo a Venezuela.
El árbitro da la señal y a los pocos segundos Lenia ya está en el suelo. “Chin, me quedaré con el bronce”, pensó. Se pone de pie, la competencia sigue. A la segunda señal, entran en combate y después de algunos movimientos, Naomi gana el punto. “¿Qué estás haciendo? Concéntrate”, se dijo Lenia. Ella sabe que está muy bien preparada, tanto física como mentalmente. Sigue peleando y, en el último minuto, logra inmovilizar a su contrincante, gana y pasa a la final. Ese año, Lenia se llevó la medalla de oro a casa.
No fue la primera ni la última. En sus 25 años de carrera deportiva, la judoca tapatía ha sido triple medallista en los Paralímpicos: oro, plata y bronce. Lenia vive con discapacidad visual, por lo que pasó de competir en la categoría convencional a la adaptada cuando tenía 19 años. Hoy, a sus 36 años, está estudiando una maestría en Gestión y Administración del Deporte, organiza torneos y sigue entrenando para competir.
Además, le gusta cocinar, tejer y viajar. Es inquieta y comprometida, una combinación que la ha llevado hasta donde está hoy.
“El judo me escogió a mí”, cuenta Lenia, con una sonrisa amplia y enérgica. Tenía once años cuando su hermano le dijo que un entrenador buscaba niñas de su edad para llevar a la Olimpiada Nacional en Mérida. “Mérida suena bien”, pensó y, después de un par de semanas de sopesarlo, empezó a entrenar. Perdió sus dos primeras competencias, pero eso no la desanimó, al contrario, le emocionaba el reto de mejorar para seguir compitiendo.
Muy pronto, su vida se entrelazó por completo con el judo. Pasó su secundaria entrenando en el CODE, luego entró a la Escuela para Atletas de Jalisco y, al terminar, pasó un año en la Ciudad de México, entrenando tres veces al día. Para este momento ya era una atleta de alto rendimiento y empezó a contemplar la idea de participar en unos Juegos Olímpicos.
En 2004 fue la primera vez que había una categoría de judo adaptado femenil en los Juegos Paralímpicos de Atenas y Lenia fue invitada a calificar. Hasta entonces, ella sabía que no veía bien, pero nunca había considerado que tuviera una discapacidad. Ese año compitió en el Nacional, todavía en el judo convencional y fue campeona, pero en 2005 la Asociación de Judo ya no la estaba dejando competir y decidió que lo haría en el paralímpico. Fue difícil al principio: aceptar que tenía una discapacidad y adaptarse a la nueva reglamentación. Pero al conocer otras personas deportistas que viven con discapacidad, y cómo se desenvuelven con soltura, su perspectiva cambió.
Ella nota, sin embargo, que, aunque el nivel deportivo paralímpico es tan bueno como el convencional, es más difícil conseguir patrocinios en el primero. También los apoyos gubernamentales priorizan a deportistas olímpicos sobre paralímpicos y cuenta que “han tenido que alzar la voz” para exigir que se les trate con igualdad.
Lenia reconoce que el camino del deporte de alto rendimiento no es fácil, “es un trabajo constante”, explica. Requiere mucha disciplina, pero, sobre todo, “es la pasión la que marca la diferencia en las personas”.