Riley Naiara Sainz, futbolista trans.
Por Mariana Mora
Ilustración por: Diana Vega | @diana.mandarina
Cuando habla del fútbol, a Riley Naiara Sainz se le encienden los ojos. Menciona una y otra vez el disfrute como una de sus motivaciones más grandes para jugar. Nunca le ha interesado dedicarse profesionalmente, pero juega fútbol cinco o seis días a la semana con distintos equipos en diferentes ligas. Este deporte es central en su vida, es el desfogue y la expresión a la vez. Para ella, el fútbol es la posibilidad de “hacer magia”.
Riley es una mujer trans. Nació en La Paz, Baja California Sur, hace 33 años y vive en Zapopan, Jalisco, hace ocho. Estudió ingeniería en sistemas computacionales y un posgrado en diseño de experiencia del usuario. Actualmente trabaja como diseñadora de productos en una empresa de tecnología y tiene una pulsión creativa que encuentra salida en la escritura, el dibujo y el fútbol.
Comenzó a jugar a los ocho años y no tardó mucho en fascinarse, pero cuando vio videos de Ronaldinho –el histórico jugador brasileño-, supo que esa forma ágil e inventiva de jugar era lo que ella quería hacer.
A partir de entonces, el fútbol se volvió un pilar para ella. Ahí encontró sosiego para la depresión o la ansiedad y una forma de expresión a través del ritmo y los trucos que se pueden hacer con el balón. “Es como una danza”, explica Riley, “una forma de arte que se expresa con los pies”. También lo piensa como una fiesta porque el baile es compartido y esa es una de sus partes favoritas.
Pero no todo ha sido disfrute. Riley se ha enfrentado a discriminación por ser una mujer trans. Algunas contrincantes la reportaron y el encargado de la liga le pidió que presentara una constancia de haber tenido una cirugía. Esta exigencia es discriminatoria, ya que, como lo establece el decreto que publicó el gobierno de Jalisco en 2020 para reformar el reglamento del Registro Civil, “en ningún caso será requisito acreditar intervención quirúrgica alguna, terapias u otro procedimiento para el reconocimiento de la identidad de género”.
Por otro lado, la supuesta ventaja que algunas jugadoras creían que Riley tendría es falsa pues, como se ha demostrado, el rendimiento deportivo de las personas no depende de su sexo.
Hay registros de mujeres cisgénero con niveles altos de testosterona y se ha comprobado que las terapias hormonales merman el rendimiento de las atletas trans. Riley reconoce cómo se ha reducido su fuerza y velocidad, pero su fortaleza siempre ha sido la agilidad para hacer fintas y dar pases. Hacer jugadas que ella llama “de lujo”.
Tras estos reportes, Riley sintió temor de ser agredida en la cancha, pero también encontró solidaridad en sus compañeras. Con el apoyo de su equipo, puso una denuncia ante la Asociación Nacional de Deporte LGBTQ+ que determinó que se imparten talleres de sensibilización en todas las ligas. Para ella es importante que esto no les suceda a otras chicas y que “la cancha sea un espacio seguro para todas”.
Poco después, equipos enteros se disculparon con ella y dijeron respetarla como rival y quererla como compañera. Incluso algunas la invitaron a participar en sus equipos. Riley no tuvo problema con perdonar y entender que la sociedad está atravesando un proceso de aprendizaje sobre las personas trans. Para ella sigue siendo primordial aquello que le fascina tanto del futbol: disfrutar y compartir.