Yo tengo que dominar esto

Ana Jacobus, 30 años.

Competidora internacional de Wushu, arte marcial china.

 

Por Isabella Jiménez Robles

Ilustración por: Mariana Robles | @brava_mx_

Ana Jacobus encontró el wushu a sus 24 años. Así derribó dos barreras de un sólo golpe: comenzó a hacer deporte profesional en su adultez y entró a las artes marciales siendo mujer. Hoy está certificada como cinta negra y ha sido seleccionada para representar a México a nivel internacional.

La serie animada Avatar: La leyenda de Aang, la favorita de Ana, la inspiró a buscar las artes marciales chinas. Encontró una academia de kung fu y wushu en el centro de Guadalajara y se enamoró desde la primera clase. En los primeros veinte minutos de entrenamiento “ya estaba en el piso viendo negro”, Ahí fue ciando se dijo a sí misma: “Yo tengo que dominar esto”. Ana acostumbra decir que tiene determinación de capricornio.

Comenzó a participar en competencias a nivel profesional en 2021, año en que fue campeona nacional de las categorías de Chaquan y armas largas tradicionales: “Nunca me hubiera imaginado que, a mis 24 años cuando empecé un deporte, y ahorita a los 30 estaría compitiendo en alto rendimiento”.

Ana se dio cuenta de que existe un campo competitivo para edades más avanzadas: “No se sabe que hay deportes para adultos. Sí podemos seguir aprendiendo y perfeccionando el deporte. La vida no se acaba a los 25”. Uno de sus proyectos futuros es impulsar las competencias de adultos: “hay un espacio donde puedes sentir que avanzas. Y tendrás un lugar si un día quieres competir”.

En las artes marciales Ana encontró muchas coincidencias con las artes escénicas, que han sido una constante en su vida. Desde ambos ámbitos, encuentra sentido en sus enseñanzas sobre el manejo de la energía, el cuerpo y la presencia. Ana estudió producción teatral en la universidad y ejerció durante varios años en montajes locales. Además, lo ha puesto en práctica como productora de espectáculos de artes marciales. También bailó ballet por diez años. Sin embargo, fue una disciplina en la que no terminó por sentirse cómoda:

“La corporalidad que yo tenía no era la adecuada para el ballet. Entonces la maestra siempre me regañaba y me decía: ‘Es que eres muy tosca. Estás muy tiesa. No tienes gracia’. Pero cuando llegué al wushu me di cuenta de que no es que yo estuviera mal, sino que podía estar haciendo otras cosas que fueran más conmigo”.

En el wushu, no obstante, se ha topado con que, conforme las categorías avanzan en edad, hay más deserción de niñas. Ana quiere ser un ejemplo para que ellas, algún día, entrenen sin ninguna preocupación. A las mujeres que sueñan con practicar artes marciales, Ana les dice: “te mereces estar ahí tanto como cualquier otra persona, no dejes que nadie te diga lo contrario. El espacio que ocupas es súper importante”. 

Dado que las artes marciales chinas aún se encuentran en proceso de consolidación en México, los financiamientos para participar en competencias son difíciles de conseguir. Traduciendo textos al inglés, organizando rifas de productos locales u ofreciendo lecturas de tarot, Ana hace todo lo que puede para recaudar fondos cuando es momento de viajar para un torneo. Ella desea que el deporte continúe creciendo y se siente orgullosa de formar parte de una comunidad que se esfuerza por visibilizar la pasión que les une.

Su familia también ha compartido sus pasos; varias de sus hermanas y hermanos ahora entrenan Tai Chi. Además, juntas tienen el negocio Casa Amet GDL, de comida basada en plantas. Para ellas es importante difundir el cuidado del medio ambiente a través de su alimentación, la reducción de desechos y el ahorro del agua. 

En el wushu la siguiente meta de Ana es seguir desarrollándose como entrenadora en su escuela, el Instituto de Kung Fu y Wushu de Shaolin Providencia. Es un rol desde el cual ella ve la oportunidad de inspirar a otras mujeres y dar la mejor experiencia posible a las personas que acompañe. Y, por supuesto, desea seguir compitiendo durante “todo lo que me dé la vida”.

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